El médico, en su labor cotidiana, debe adoptar un enfoque práctico y centrado en el paciente, lo que implica conocer y recomendar medidas que sean fácilmente realizables por el propio paciente en su domicilio. Este enfoque resulta especialmente relevante cuando se trata de condiciones comunes, como lumbalgias, contracturas musculares paravertebrales o periartritis escapulohumeral, que pueden beneficiarse enormemente de pautas sencillas de medidas físicas, como ejercicios, cambios posturales o el uso de calor local, las cuales complementan o incluso superan la eficacia de tratamientos farmacológicos con antiinflamatorios. Los medicamentos antiinflamatorios, si bien pueden ofrecer alivio, conllevan riesgos inherentes, como efectos secundarios gastrointestinales o renales, que deben ser cuidadosamente gestionados. En estos casos, el médico debe ser capaz de evaluar cuándo es más adecuado utilizar enfoques no farmacológicos, considerando la seguridad y el bienestar a largo plazo del paciente.
Además, el médico debe ser consciente de la importancia de dar indicaciones precisas sobre el momento en que pueden ser útiles ciertos dispositivos o técnicas, como una cama articulada en pacientes con dificultades para mantener una postura cómoda, o los cambios posturales que facilitan la expectoración en pacientes con bronquiectasias. También es fundamental que el médico generalista esté capacitado para orientar a los pacientes en la realización de fisioterapia ventilatoria básica, lo que puede marcar la diferencia en la evolución clínica de enfermedades respiratorias crónicas, como la enfermedad pulmonar obstructiva crónica.
En el contexto de la rehabilitación cardíaca y neurológica, el médico debe conocer las pautas de rehabilitación física progresiva para pacientes que han sufrido un infarto de miocardio o un ictus, entendiendo que la adaptación física a estas condiciones debe ser gradual, bajo supervisión, pero iniciada en cuanto sea seguro. En casos de polineuropatía, el médico generalista también debe estar al tanto de las intervenciones rehabilitadoras que mejoren la funcionalidad del paciente, incluso antes de la derivación a un especialista. Esto se debe a que el médico tiene la responsabilidad de orientar al paciente en cuanto a la adecuación de los tratamientos, sabiendo cuándo debe ser necesaria la intervención de un médico rehabilitador especializado para adaptar el plan terapéutico al momento evolutivo del problema de salud del paciente.
El médico, con un enfoque integrador, también debe ser capaz de distinguir cuándo es necesario recurrir a tratamientos más complejos, como la rehabilitación física especializada, que requieren la colaboración de un fisioterapeuta, en situaciones como hemiplejía, enfermedades desmielinizantes, enfermedad de Parkinson, artritis reumatoide, fracturas vertebrales o periféricas, o polineuropatías graves. Por otro lado, debe saber cuándo aplicar tratamientos más sencillos, pero igualmente importantes, como la fisioterapia respiratoria en pacientes con enfermedades pulmonares obstructivas crónicas o fibrosis pulmonar, o en la recuperación postquirúrgica torácica, que pueden realizarse en el domicilio con la adecuada orientación.
El conocimiento del médico sobre los posibles efectos colaterales de los tratamientos es igualmente crucial. Debe ser capaz de determinar, junto con el fisioterapeuta y el rehabilitador, el momento adecuado para iniciar o finalizar un tratamiento de rehabilitación, considerando la rentabilidad de continuar el tratamiento y la evolución clínica del paciente. Además, debe informar al rehabilitador y al fisioterapeuta sobre detalles importantes como la edad, la enfermedad básica, la comorbilidad, y el tratamiento farmacológico del paciente. Esto asegura que la programación del tratamiento sea adecuada e individualizada, evitando efectos secundarios o problemas adicionales.
Por último, el médico debe conocer las posibles técnicas complementarias que pueden ser útiles en el proceso de rehabilitación, como electroterapia, magnetoterapia, termoterapia, crioterapia o hidroterapia, y debe tener en cuenta si el paciente porta dispositivos biomecánicos, como marcapasos o prótesis, que puedan influir en la elección de las intervenciones terapéuticas. De este modo, el enfoque integral y coordinado del tratamiento se basa en una evaluación precisa de las necesidades del paciente, siempre orientada a la mejora de su calidad de vida y funcionalidad, asegurando un tratamiento seguro y efectivo.
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