En el ejercicio de la medicina, cada intervención —ya sea de carácter diagnóstico o terapéutico— trasciende el mero acto técnico y se inscribe dentro de un complejo entramado humano que incluye dimensiones biológicas, psicológicas y sociales. Por ello, el apoyo psicológico no solo resulta conveniente, sino imprescindible, especialmente cuando la curación completa no es factible. La práctica médica moderna, orientada hacia una atención integral del ser humano, reconoce que el bienestar emocional influye directamente en la evolución de la enfermedad, en la percepción del dolor, en la adherencia a los tratamientos y, en general, en la calidad de vida del paciente.
Desde un enfoque científico, diversas disciplinas como la psiconeuroinmunología han demostrado que las emociones y el estado anímico afectan al sistema inmunológico y a la fisiología general del organismo. Por ejemplo, la ansiedad y la depresión pueden desencadenar respuestas de estrés crónico que alteran la regulación hormonal, aumentan la inflamación sistémica y dificultan los procesos de recuperación. En este sentido, la atención psicológica adquiere un papel modulador, capaz de amortiguar los efectos deletéreos del sufrimiento emocional sobre la evolución clínica del paciente.
En la práctica terapéutica, cuando el objetivo de curar se vuelve inalcanzable —como ocurre en enfermedades crónicas degenerativas o en fases terminales— el médico está llamado a modificar su propósito: ya no se trata de erradicar la enfermedad, sino de aliviar sus síntomas, minimizar el sufrimiento y preservar, en la medida de lo posible, la dignidad del paciente. Aquí es donde el apoyo psicológico cobra su más profundo sentido. No se trata únicamente de intervenir con técnicas psicoterapéuticas formales, sino de ejercer una medicina humanizada, que comprende la escucha activa, la empatía, la contención emocional y la palabra oportuna como instrumentos terapéuticos en sí mismos.
Esta dimensión consoladora de la medicina encuentra un sólido respaldo en la tradición humanística del arte médico. Tal como expresó el profesor Pedro Laín Entralgo, uno de los grandes pensadores de la antropología médica del siglo XX, «el consuelo del médico, si no cura, al menos alivia». Estas palabras encierran una verdad esencial: la intervención médica no debe limitarse a lo curativo, sino que debe aspirar también a lo paliativo, a lo acompañante, a lo profundamente humano. La figura del médico no se agota en su competencia técnica; se completa en su capacidad de brindar consuelo, de orientar al paciente en su proceso de enfermedad y de ofrecer una presencia significativa en medio de la vulnerabilidad.
Este enfoque no solo mejora la experiencia del paciente, sino que también refuerza la relación médico-paciente, la cual es, en sí misma, un factor terapéutico de primera magnitud. La confianza, el respeto y la alianza terapéutica que se generan en esta relación tienen un impacto positivo comprobado en los resultados clínicos. Por lo tanto, el apoyo psicológico no debe considerarse un añadido accesorio, sino una parte esencial del acto médico, tan importante como el diagnóstico preciso o el tratamiento eficaz.
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