Los pacientes que no presentan afecciones médicas significativas, especialmente aquellos menores de 50 años, tienen un riesgo notablemente bajo de enfrentar complicaciones perioperatorias. Este riesgo bajo se debe a que, en general, las personas jóvenes y sanas tienen una capacidad de adaptación fisiológica eficiente ante el estrés que implica una intervención quirúrgica, así como una función orgánica óptima que no suele verse comprometida por enfermedades subyacentes. Es decir, en ausencia de condiciones patológicas previas, el organismo de estos pacientes está mejor preparado para afrontar las tensiones físicas y metabólicas que genera la cirugía.
La evaluación preoperatoria de estos pacientes debe centrarse principalmente en una historia clínica detallada y un examen físico exhaustivo. En este contexto, se debe prestar particular atención a la historia farmacológica, ya que algunos fármacos, incluso aquellos de uso común, pueden tener efectos adversos durante la cirugía. Por ejemplo, los anticoagulantes pueden aumentar el riesgo de sangrado, mientras que ciertos fármacos utilizados para tratar enfermedades crónicas pueden alterar la función cardiovascular o respiratoria durante la intervención. Además, es fundamental evaluar el estado funcional del paciente, que incluye aspectos como su tolerancia al ejercicio. Esta información permite identificar posibles limitaciones físicas no reconocidas previamente, que podrían influir en la capacidad del paciente para recuperarse adecuadamente tras la cirugía.
De igual forma, el estado cardiopulmonar es un componente esencial de la evaluación preoperatoria, ya que las afecciones no diagnosticadas en estos sistemas pueden volverse evidentes bajo las tensiones inducidas por la cirugía. Un paciente con una condición subyacente, como hipertensión no controlada o insuficiencia respiratoria, podría ser más susceptible a complicaciones durante la cirugía, como eventos cardiovasculares o dificultades respiratorias postoperatorias. De ahí la importancia de llevar a cabo una evaluación preoperatoria que permita detectar estas condiciones en fases tempranas.
Otro aspecto crucial es la historia dirigida de hemorragias. Esto consiste en indagar acerca de posibles antecedentes de sangrados anormales o dificultades para coagular que pudieran señalar la presencia de coagulopatías, es decir, trastornos en los mecanismos de coagulación sanguínea que podrían resultar en una pérdida excesiva de sangre durante la cirugía. Detectar tales trastornos antes de la intervención es fundamental para poder tomar las medidas adecuadas, como modificar la medicación del paciente o incorporar medidas terapéuticas para corregir la disfunción de coagulación, con el fin de minimizar los riesgos asociados.
Por otro lado, los análisis de laboratorio rutinarios preoperatorios no han demostrado ser útiles en la predicción o prevención de complicaciones en pacientes sanos y asintomáticos menores de 50 años. En estos casos, los resultados de dichos análisis generalmente no proporcionan información relevante que permita mejorar el pronóstico perioperatorio, dado que estos pacientes no presentan signos clínicos de enfermedades subyacentes que pudieran complicar la cirugía. De esta manera, someter a estos pacientes a pruebas de laboratorio innecesarias puede ser un esfuerzo sin beneficios sustanciales, además de que podría generar costos adicionales tanto para los pacientes como para el sistema de salud.
En situaciones de pacientes mayores que se someten a procedimientos quirúrgicos menores o mínimamente invasivos, como la cirugía de cataratas, la utilidad de las pruebas de detección preoperatorias también es limitada. Aunque los pacientes de edad avanzada tienen un riesgo mayor de complicaciones debido a factores como la disminución de la capacidad funcional general, enfermedades cardiovasculares o respiratorias, la intervención quirúrgica de bajo riesgo no suele justificar la realización de pruebas adicionales si el paciente no presenta síntomas o condiciones preexistentes que lo indiquen. Esto subraya la importancia de individualizar la evaluación preoperatoria según las características específicas de cada paciente, con el fin de optimizar los recursos sin comprometer la seguridad del paciente.
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